16.11.08

Una perfecta máquina de hipnosis

Por Manuel Catrilef Cea

Dentro de la nueva "invasión británica" que vivió el mundo musical a mediadios de los '90, Radiohead fue la banda que más arriesgó en su sonoridad por sobre cualquier otra. Desmarcándose de la obviedad de aquel movimiento por colgarse de The Smiths o The Stone Roses, la banda de Tom Yorke tenía referentes al otro lado del atlántico, en particular el sonido del rock alternativo de finales de los '80 y comienzos de la nueva década, aquel que terminaría decantando en lo que fue el grunge, representado por bandas como R.E.M o Pixies.

Innegable es también la influencia, en aquellos años, de otras agrupaciones británicas, My Bloody Valentine y Pink Floyd son parte de la esencia y en particular de la atmosfera de las canciones. Todo lo anterior se vio incipientemente en la placa debut Pablo Honey (de 1993 y que fue opacada en sí misma por el excelente tema, a pesar de muchos, Creep), pero sería el siguiente disco que demostraría ante todos que Radiohead era más que una banda de canciones melancólicas y autocompasivas.

The Bends fue lanzado en 1995 y fue la placa que inició el embobamiento/idolatría permanente hacia la agrupación. Quizás aquellos "síntomas" se deban a que el sonido que comenzaron a patentar los ingleses a partir de este disco tiene algo de enfermizo, bipolar si se quiere, en el sentido que se encuentran momentos sumamente enérgicos, con mucha guitarra distorsionada, manifestando rabia de forma muy estilosamente británica (lejos de una bestialidad descontrolada), pero además existen otros instantes en que la música se deja llevar por cierto estado de melancolía impregnada de una buena dosis de sustancias lisérgicas. Psicodelia de finales de siglo, psicodelia que no necesita canciones de más de 4 minutos y medio para lograr engatusar.

Por todo aquello queda la duda es que si este sonido ambivalente surgió directamente de las entrañas de la banda o es algo sumamente calculado, porque siempre aparece ese grito desesperado en el momento exacto, ese punteo poco pulcro pero melódico de guitarra, esos coros conmovedores, etc. Una perfecta máquina de hipnosis.

A diferencia de lo que se pueda pensar, Radiohead está lejos de ser solo la genialidad de Tom Yorke en esa intensidad desprolija al cantar, también está el notable trabajo en la sonoridad y de los tiempos de la guitarra de Jonny Greenwood, los pequeños arreglos melódicos de la batería de Phil Selway (demostración que no hay que ser virtuoso para lograr que un batero sea más que un metrónomo) son los elementos que terminan por completar un disco que te deja prendido con la música y pensando con sus letras (pónganle atención a Fake Plastic Trees y a Black Star).

Quizás el disco no llegue a la perfección de OK Computer por culpa de temas que originalmente no estaban incluidos (High and Dry se desechó de Pablo Honey y se puso el demo que grabaron en aquella ocasión con un par de arreglos en el álbum), pero es aquí donde hay que buscar donde comenzó el incesante experimento sonoro que la banda ha seguido durante su carrera.

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